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sábado, 15 de agosto de 2009


Opinión de
Invasión Retrofutura(Andrés Pascoe Ripey | )

Sangre araucana


Andrés Pascoe Ripey | Opinión Sábado 15 de Agosto, 2009

No es la primera vez que pasa: un policía baleó por la espalda y mató a un activista mapuche en el sur de Chile. La historia de violencia en la zona se remonta a la Conquista, y es ejemplo nítido del complicado entramado racial y cultural chileno.

Es más que historia viva; es un conflicto en escalada que amenaza con manchar el prestigio de la presidenta Michelle Bachelet, cargándole el adjetivo que más ha combatido toda su vida: represora.

Además, ha sido una oportunidad única para que los chilenos, a través de la comodidad que da el anonimato cibernético, expresen lo que realmente opinan sobre los mapuches y los indígenas en general.

He seleccionado algunos de los más emblemáticos comentarios que hacen en la versión digital de La Tercera —diario de derecha— para remojar un poco nuestra mentalidad políticamente correcta en la siniestra saña clasista y racista de los latinoamericanos.

Dice “Nano”: Si, diez veces se van a curar (emborrachar) hoy día, indios de moledera, por su culpa tienen a todos polarizados en esta zona, si quieren que les devuelvan las tierras, devuelvan el copete con que se las pagaron... el dinero no les gustaba, pero no haya sido licor, se volvían locos!!!

Complementa “panchato”: El carabinero actuó bien... después de dispararle el mapuche arrancó, por eso le llegó por la espalda... por cobarde. Duro con ellos.


El origen del conflicto es, como siempre, las tierras. Históricamente, los mapuches han exigido se respete su presencia milenaria en la zona. Desde la independencia de Chile, el ejército combatió la presencia indígena con diversos métodos, desde la guerra directa hasta el soborno con alcohol —y esa es la razón por la que mucha gente aún hoy sostiene que los mapuches cambiaron gigantescas extensiones de tierra por botellas, alimentando el desprecio racial.

En 1883 el gobierno finalmente logró tomar el control de los territorios mapuches, que poco después se convertirían en grandes latifundios de tipo medieval. No fue hasta el gobierno de Salvador Allende que, motivados por la Reforma Agraria, intentaron recuperar sus tierras. Pero durante la dictadura arrasaron a los mapuches, en una ola de violencia, tortura y asesinato que rara vez se incluye en los recuentos de violaciones a los derechos humanos.

Hoy en día existen varios grupos organizados de mapuches, algunos muy radicales, que están en constante forcejeo con los latifundistas que son dueños de grandes extensiones de tierra, en general empresas forestales.

Esta semana, en una protesta exigiendo el derecho a trabajar la tierra, un activista de 24 años resultó muerto. Los carabineros dijeron que el policía actuó en “defensa propia”, pero poco después los servicios forenses determinaron que la víctima murió por un disparo en la espalda.

Bachelet lamentó la violencia y llamó al diálogo, pero su voz sonó un poco tarde: cuando hay muertos se ha superado el punto de inflexión. Las comunidades están radicalizadas y rabiosas, y mientras escribo esto ha habido nuevos enfrentamientos con heridos.

El culto Cristian H. opina en la red que “Los mapuches como cultura indígena son lejos los más pobres, ni a los tobillos a los incas, astecas y mallas…” (sic enorme).

Esa opinión —que los indígenas chilenos son inferiores al resto y por lo tanto están exentos de derechos— es una opinión común en Chile, que he escuchado de muy diversos sectores.

Otra persona piensa en nosotros: “Siento como si viviese en México... temuco es Chiapas, y Bachelet, la persona incapaz de controlar a esta etnia. Cero atractivo invertir en dicha zona. Ojalá el gobierno se ponga los pantalones y detenga y aprese a estos terroristas”, dice una tal Margarita.

No debería estar molesta: los gobiernos de la Concertación han aplicado la Ley Antiterrorista —creada por Pinochet para perseguir a la izquierda— contra los mapuches en repetidas ocasiones. Está claro que de nada ha servido para resolver un conflicto que resurge cada tanto, como el grito de un niño perdido. Es el reclamo de un pueblo por el derecho a tener acceso a la tierra de sus antepasados para poder dar alimento a sus familias.

No tengo ninguna duda de que entre las legítimas organizaciones mapuches se han infiltrado grupos criminales que sólo buscan saquear; tampoco dudo que los activistas han recurrido a actos violentos que los hacen ver como vándalos.

Pero también estoy convencido de que Chile —como México y toda Latinoamérica— no sólo está en deuda con sus indígenas: ES sus indígenas. El derecho a la tierra, al sustento, a la justicia expedita y a la igualdad no puede seguir dejando de lado a los primeros pueblos.

Ni Bachelet ni ningún presidente puede darse el lujo de darles la espalda… otra vez. La sangre araucana es la sangre chilena. Debe dejar de correr.



apascoe@cronica.com

ASAMBLEA NACIONAL POR LOS DERECHOS HUMANOS CHILE

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