como en todos los gobiernos de la concertacion nos preparamos para ver nuevamente la corrupción, los acomodos, los sobresueldos y principalmente la feroz represión a todos los que se manifiesten por sus derechos en las calles, con bachelet a la cabeza y el pc siendo parte, llega la nueva mayoría o nueva minoría como ustedes quieran.
domingo, 17 de febrero de 2008
SERVICIO MILITAR DE HORRORES
Domingo 17 de febrero de 2008
Por Jorge Escalante / La Nación Domingo
En Cerro Chena le sacaron las uñas y le cortaron con corvos
El conscripto comunista de Infantería
Camilo Balbontín tenía 18 años cuando entró a la Escuela de Infantería de San Bernardo. Recuerda quiénes eran los oficiales más crueles. Después que le liberaron, le obligaron a entrar a la DINA, pero él se negó.
En enero de 1973 se fue a cumplir con el servicio militar obligatorio a la Escuela de Infantería de San Bernardo. Su decisión fue, en parte, porque le gustaba la cuestión militar. Pero también porque su familia lo empujó para que "me olvidara de la cuestión del comunismo", recuerda después de casi 35 años.
Pero al cabo de unos meses sintió el rigor. Mientras hacía guardia, un día lo arrestaron. Le tajearon las manos con un corvo, le arrancaron las uñas de una mano, le quemaron los brazos con cigarrillo, y le amarraron a un catre metálico sin colchón, donde dormía. Por las noches, a veces lo despertaban con un balde de agua y lo sacaban a trotar. Para que nunca se olvidara de que era "un comunista traidor", y siempre recordara que Allende era un "hijo de puta".
Camilo Balbontín es un nombre supuesto. Dice que en los procesos Paine y Cerro Chena todavía rondan las amenazas de los criminales de entonces. Por eso se cuida y entrega su testimonio con esa chapa. Vivió el horror después del golpe militar en esa escuela y en el campo de prisioneros de Cerro Chena, el "Cuartel Dos" de ese regimiento.
Tenía 18 años, un fusil que después le quitaron, y las ideas firmes que le acompañaron en el martirio. Militante de las Juventudes Comunistas y dirigente de la educación secundaria, se codeaba con Gladys Marín en las reuniones de partido. La "Pasionaria" chilena, bastante más lozana que la española Dolores Ibárruri, le alentaba a seguir adelante por la senda proletaria.
Cuando se vistió de conscripto congeló su militancia en acuerdo con su estructura política. "Éramos varios los militantes de la Jota que ese año entramos a la Escuela de Infantería. No queríamos infiltrar a nadie, sólo cumplir con el deber de la patria, pero alguien nos denunció", dijo a LND frente a su esposa, que sigue cada palabra suya, transportándola a esos tiempos difíciles.
UN ENCUENTRO
El día que por contactos familiares con la oficialidad de Carabineros le dejaron libre, y cuando todavía sus heridas de la tortura no sanaban bien, le llamó el capitán Alfonso Faúndez Norambuena.
"Mira, huevón, no moriste porque te salvaron los pacos, pero ahora tenís que trabajar pa nosotros en la DINA", le rugió amenazante.
Camilo se negó y le contestó: "Quisiera que un día nos encontremos en la calle, los dos de civil y frente a frente".
Ya se sentía salvado, pero además era terco. Pasó el tiempo y el encuentro se produjo. "Hace unos diez años lo encontré en uno de esos pasajes medio siniestros que hay en la calle Zenteno y le dije de todo. No sé si todavía estaba en el Ejército, pero Faúndez andaba de civil", cuenta con orgullo.
Faúndez era el jefe de la Sección II (de Inteligencia) de la Escuela de Infantería y se movía entre ésta y el campo de Cerro Chena, poco distantes una del otro. Era uno de los más temidos por los prisioneros. Su "yunta" era el capitán Víctor Pinto Pérez, a quien se le identifica en los crímenes de Paine y Cerro Chena como el subteniente Andrés Magaña.
"Mataron a mucha gente en Cerro Chena, y después escondieron sus cuerpos en una mina de cal por ahí cerca. Yo conviví con los prisioneros, amarrados de pies y manos todo el día, tirados en el suelo", recuerda.
Por momentos pareciera que va a explotar en lágrimas mirando sus manos marcadas por el filo del corvo, pero sigue hablando con entereza.
RECUERDOS ARDIENTES
Recuerda al teniente Juan Carlos Salgado Brocal. "Él, después, llegó a general y fue a mentir a la Mesa de Diálogo el año 2000, porque era comandante de una compañía de fusileros en Cerro Chena y sabía todo lo que pasó con los detenidos que desaparecieron desde ahí", afirma con un dejo despectivo.
A los actuales generales en servicio activo Guillermo Castro, Cristián Le Dantec, Eduardo Aldunate y Julio Baeza los ubica llegando a la Escuela de Infantería en agosto de 1973, recién egresados como subtenientes desde la Escuela Militar.
"Ellos estuvieron también en Cerro Chena, pero no puedo decir si cometieron actos que violaron los derechos humanos. Tampoco sé si alguno de ellos acompañó a Magaña en los operativos. Lo que sí está claro es que a Magaña lo acompañaron otros oficiales menos antiguos que él, porque operaciones tan delicadas como matar prisioneros, en el Ejército no las comanda un solo oficial que todavía era un subteniente", reflexiona.
"Pero los más crueles que recuerdo, además de Faúndez, eran los oficiales Julio Cerda Carrasco y Juan Carlos Nielsen Stambuck (ambos en retiro)", afirma aportando los nombres completos.
Ambos alcanzaron el alto mando del Ejército, y Cerda, ex agente DINA y CNI y ex jefe del Batallón de Inteligencia del Ejército, está procesado como coautor del asesinato de cinco militantes del FPMR en septiembre de 1987.
Faúndez, alias "Don Pedro", llegó después a jefe de la Brigada Purén en la DINA y en su contra pesan dos procesamientos. Revisada una lista de oficiales adscritos a la Escuela de Infantería de San Bernardo a septiembre-octubre de 1973 que existe en el proceso Paine, surgen sorpresas. No pocos pasaron a la DINA y luego siguieron carrera en la CNI. Y varios llegaron a integrar el cuerpo de generales del Ejército.
Camilo levanta un dedo en señal de que quiere agregar algo. "Se trata de unas visitas ilustres que conocí en Cerro Chena", comenta sonriente. Nada menos que los ases de la Caravana de la Muerte, el general Sergio Arellano, el brigadier Pedro Espinoza y el teniente Fernández Larios, que también servía en la Escuela de Infantería.
"Llegaron un día que estaba de guardia, antes de mi detención, debió ser noviembre de 1973. Se metieron donde estaban los prisioneros. Después de su visita se intensificó la tortura y asesinatos. No sé si habrá sido el último episodio de la Caravana de la Muerte", afirma quien fuera conscripto hace 35 años. Hoy ya no milita en el PC. LND
ASAMBLEA NACIONAL POR LOS DERECHOS HUMANOS CHILE
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