LA BANDA DE LOS CARERAJA HA VUELTO: SE ORGANIZAN Y PROMETEN QUE AHORA SÍ, QUE AHORA CUMPLIRÁN SUS PROMESAS.
Cuenta la Leyenda que dios los crió y el diablo los juntó. Corría 1986, cuando los ciclos de protestas populares se desbordaban del proyecto del recambio burgués a la dictadura militar. Temían que los rotos se atrevieran a superar sus posiciones y crearon una asociación que les permitiera buscar una solución dentro del orden y el progreso.
La Banda recibió el apoyo del Gran Hermano, a través de grandes asociaciones de piratas de los nuevos tiempos. Además, la banda fue santificada por la iglesia católica, que le dio luz verde para sus fechorías y felonías. Era el momento de la cacareada “transición a la dizque democracia”, momento que debía extenderse hasta 1989. Después echarían a correr el cuento de que esa “transición era algo eterno, como un conjuro salvador ante cualquier cuestionamiento de las mayorías”.
Sólo les faltaba un Programa, una buena campaña de propaganda, prometer que revisarían todas las privatizaciones realizadas desde 1973 y un arcoiris que promoviera la sensación de que llegaban nuevas épocas, preñadas de olvido, acompañada de una borrachera eterna sumida en las delicias del capitalismo.
No menor, fue la creación de un prototipo del Hombre y la Mujer de los Nuevos Tiempos, que debían ser ganadores, ajenos a las problemáticas pretéritas, desechando aquellos añejos discursos que hablaban de la lucha de clases y otras vainas que sólo debían quedar en uno que otro reportaje de tiempos idos. Los Careraja, en su Proyecto, profundizaron la despolitización y abonaron como un reguero al alba aquellas dicotomías impuestas por el discurso dictatorial, que hablaba de que lo político no podía contaminar lo social y etcétera. Además, aprovechando el severo reflujo de los destacamentos que querían subvertir el orden establecido, sembraron la receta de la fragmentación, el trabajo aislado, atomizado, en donde cada trabajo pequeño debía ser el espacio privilegiado de los desordenados.
Y llegó 1990, se impuso la democracia de los acuerdos, de la democracia de lo posible, de la democracia de baja intensidad, tutelada, de los pantalones cortos. La democracia de la fiesta eterna, en donde en cada acto masivo se agitaba que empezaba la fiesta y que no se aceptaría a los aguafiestas, a los infiltrados que exigían juicio y castigo a los culpables.
Para que todo siguiera igual, pero se aceptara el contubernio se echó mano a destajo de las famosas tarjetas de crédito, que debían operar como un control social efectivo. Para blindar el proceso se acogió a los “arrepentiti” que sumaban legión, eran aquellos y aquellas que cansados de haber perdido su juventud en la lucha contra la dictadura, optaban por ocupar cargos en la Nueva Democracia.
Los Careraja aceptaron la institucionalidad heredada de la constitución política de 1980, que era ilegal, pero legitimada por el concurso de ellos, quienes venían a convertirse en “clase mantenedora” del Estado. Aceptaron el sistema binominal, sistema electoral más enredado que texto de filósofo francés de los ’60, que conducía al país a un estilo colombiano de cambio de dirección en el ejecutivo, que no una alternancia en el Poder como señalan algunos ilusos, pues el Poder estaba y está en el bloque en el poder, es decir, el conjunto de las fracciones de la clase dominante burguesa, hegemonizado por la fracción monopólico-financiera (que lenguaje más atrozmente viejo, marx mío, Nota de la Redacción ).
Una vez instalados en el ejecutivo, los Careraja se dedicaron a su negocio gatopardista. En el ámbito educativo, cultural, no hicieron la más mínima transformación, sólo algunos cambios cosméticos, mientras tanto metieron mucha diversión por los medios de comunicación, mucho fútbol, farándula, teleseries, sumieron a los jóvenes en las modas más increíbles y jamás legislaron para levantar el impuesto a los libros o crear una imprenta del Estado. Nada. Sólo basura para los Nuevos Tiempos.
Cada cuatro años, los Careraja debían seguir prometiendo cambios. Explicaban que el tiempo era poco y que no podían avanzar como ellos quisieran. En cada segunda vuelta procedían a la Campaña del Terror, anunciando las penas del infierno si es que ellos perdían el ejecutivo. No pocos cedían ante dichas Campañas, incluso una publicación periodística chistosa, cercana a los Careraja, se hacía y se hace parte de esa Campaña, demostrando que sus Jefes son los que delimitan dicho medio, que es del gusto de tantos.
Sin embargo, pese a todo, los Careraja perdieron la dirección del ejecutivo y entraron en un silencio mortal. Sabían que sólo debían esperar un breve lapso para salir de sus escondrijos y retomar su trabajo de zapa para presentarse como salvadores de los entuertos que el gobierno de turno generaría.
Por cierto, antes de perder las últimas elecciones los Careraja habían dejado una estela de posibilidades, algunos llamados díscolos, otros llamados flagelantes, que en el fondo les sirven como caja de recuperación de votos. Otros son conocido como los “habana boys”, que posan como cabros choros que quieren recuperar el “espíritu fundacional” de los Careraja. Con todo, todos ellos y ellas, sus alturas, han salido a vender a luca la pescá, sabiendo que la memoria es frágil y aprovechando la fragmentación de los anticapitalistas que seguimos enfrascados en los debates de los métodos, las fórmulas, la cacha de la espada y la guagua desaparecida.
Y los Careraja vuelven al ataque. Uno de ellos, cuya chapa es Osvaldo Andrade, señala: “Es la hora del plebiscito, de los proyectos de ley por iniciativa popular, de las consultas revocatorias”. ¿Ahora es el tiempo?, estimado señor Careraja, el mismo que cagó el 2010 la negociación de la ANEF.
Otro Careraja, de marca mayor, cuya chapa legal es Ricardo Lagos, indica, muy suelto de cuerpo, como le es habitual:”No pudimos hacer los cambios por no contar con las mayorías parlamentarías suficientes”.
Otra componente de esta Banda, que se mantiene impoluta, impasible, fue la que le enseñó al gobernante de turno cómo engañar al Movimiento Estudiantil. Espera, con mano ajena, cosechar el actual movimiento social para volver a instalar a los Careraja en la Moneda e inaugurar otro tiempo de los “ahora sí”.
Si de verdad queremos evitar la continuación de esta triste Historia, sólo queda un camino: LA UNIDAD MÁS AMPLÍA DE LAS FUERZAS SOCIALES ANTICAPITALISTAS. Generar un Instrumento Político-Social que nos permita avanzar en nuestros objetivos Históricos, que acabe con la dispersión, que suprima las falsas dicotomías, que levante todas las Demandas. Para ello, debemos deponer nuestras eternas discusiones y ponernos a trabajar en pos de un camino que, de una vez por todas, nos permita acabar con el Reino de la Necesidad.
Fraternalmente,
COLECTIVO ACCIÓN DIRECTA.
ASAMBLEA NACIONAL POR LOS DERECHOS HUMANOS CHILE
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